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Un romance desparejo entre Buenos Aires y Oriente – 10/11/2018

Todavía dan vueltas las mil y una fotos de la inauguración del miércoles, cuando abrió el nuevo Centro Cultural de Corea, en Maipú al 900. Esa colectividad pequeña y entusiasta tiene merecido el Palacio Bencich, puesto en valor y reluciente como nunca. Sorprende mirarse en el espejo de su confianza en la Argentina, e incluso en la poco previsible elección del barrio de Retiro, cercano a los polos culturales del centro pero con su propio entorno.

De hecho, el ejemplo coreano acicateó a la diplomacia china, que por estos meses espera la venia del Congreso en Beijing para abrir una sede cultural en Buenos Aires. Como para no ser menos… Quien quiera interpretar allí una guerra de influencias, una pulseada de soft power  –la diplomacia cultural hoy acompaña las carreras comerciales– no se equivoca.

En la calle Maipú al 900, el nuevo Palacio Bencich ofrece exposiciones temporarias, como la actual de la pintora Kim Yun Shin, residente en Buenos Aires.

Foto German Garcia Adrasti

De hecho, en el este asiático, China continental y la isla autónoma que fue colonia británica también rivalizan entre sí por explotar el creciente ocio de sus turistas, cuyo número plantea dilemas logísticos y de idiosincrasia impensables para nosotros.

Buenos Aires fue la primera ciudad latinoamericana que tuvo un centro cultural coreano, adelantándose a Brasil y México, que cuentan con colectividades más numerosas. El análisis fue que desde aquí podían irradiar más influencia a toda la región. Esta noción aún prevalece y explica los entusiasmos.

Hace pocos meses pasó por Buenos Aires Alison Friedman, directora de artes escénicas del flamante e inmenso Distrito Cultural de Kowloon Occidental, en Hong Kong. Llegó para el Festival de Tango; vino a estudiar la evolución y coordinación de las audiencias juveniles y de adultos mayores en torno de un mismo género. Friedman destaca el inesperado paralelismo actual entre el tango y la ópera pekinesa, ambos con públicos tradicionales pero con jóvenes creadores.

Entretanto, el Museo de Arte Oriental sigue sin sede después de décadas: otra muestra de ese desinterés siempre un poco soberbio que es una marca porteña. Resulta llamativo hasta qué punto el romance entre Buenos Aires y el Lejano Oriente no es correspondido… O cuando menos, un amor mal acompañado por la coyuntura. En el actual contexto de ajuste y penuria social, quejarse de que esta colección no tenga sede puede sonar frívolo. Pero no lo es, justamente porque pone en riesgo un patrimonio que difícilmente podría conseguirse hoy.

Rocío Boffo, directora del Museo de Arte Oriental, cuenta que en 2016 el ministerio de Cultura elevó un presupuesto al Gabinete para restaurar la Casa de Lucio Mansilla, en Belgrano, cerca del Barrio Chino. Por entonces, China había ofrecido informalmente contribuir con la restauración de un piso, para sus propias muestras. Cuenta Boffo: “El presupuesto era de 90 millones; tenía mucho sentido porque el Museo iba a quedar asociado a la elevación de las vías férreas, de manera que estimulaba los usos culturales masivos, con los cines cercanos”. El secretario de Cultura, Pablo Avelluto, niega que este proyecto haya quedado descartado de plano; asegura que sigue en el horizonte pero que primero se debe concluir con el Palais de Glace, en plena refacción.

Por fortuna, al menos parece haber quedado atrás la iniciativa de mudar el Museo Oriental a la Casa del Bicentenario, según era el plan previo a la llegada del kirchnerismo. Fue en la gestión del Secretario de Cultura José Nun que este se convirtió en espacio de celebración de los dos siglos de independencia argentina.

El secretario Avelluto también desmiente que estuvieran pensando en encontrarle sitio en la alicaída Manzana de las Luces.

De acuerdo con la directora Boffo, la Manzana no es apta para la colección oriental: “Se trata de un barrio húmedo; nuestras lacas, papeles y biombos llevan décadas en una condición seca”, en el Museo de Arte Decorativo.

Los puntos de vista no siempre coinciden. Históricamente algunos funcionarios sostuvieron que, a diferencia del Museo del Grabado, cuyo valioso acervo hoy ocupa un piso en la Casa del Bicentenario, la colección de artefactos orientales no es tan sublime ni irremplazable. Esa fue la razón esgrimida para demorar la solución de este curioso “museo sin techo”. Contrariamente, se podría argumentar que darle una sede estimularía nuevas donaciones privadas.

Hay otras cuestiones, claro; nunca faltan los cálculos. En rigor, de haber puesto a punto la Casa Mansilla, dicen, la Nación le habría “regalado” un museo al barrio de Belgrano… Es que no existen ejemplos de espacios cogestionados entre Nación y la ciudad, quizá un modelo a explorar en firme, sobre todo en tiempos de ahorro y turbulencias.

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