Cultura

«No van a ganar el Nobel, pero escriban»

“Escriban: hay que escribir. No digo que escriban una novela estupenda, maravillosa, que va a ganar el premio Nobel; ni tampoco van a escribir una novela que hará a los editores pelearse para publicarla. Hay que escribir algo: un cuento pequeño, un poema. Escribir es terapéutico además, hace bien. Porque ahí ponés cosas tuyas, aunque estés contando las aventuras de un señor en las islas Fidji, hay algo propio y eso lo vuelve curativo. Los años de aprendizaje serán muchos, seguro, pero valen la pena porque cuando uno aprende a escribir, aprende a mirar a su alrededor». Así, directa y contundente, fue la intervención de la escritora Angélica Gorodischer -nacida en julio de 1928- hace unos días, en la apertura de la Feria del Libro de Rosario. Era un día importante: la Feria llevaba diez años de faltazo en esa ciudad.

Casi no hay necesidad de presentar a Gorodischer: se trata de una autora argentina, con más de 50 títulos de narrativa, que van del cuento a la biografía y el ensayo, una pionera de la ciencia ficción, una feminista de la primera ola y una rosarina que supo hacer mejor que nadie aquello de “pinta tu aldea y pintarás el mundo”.

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Si alguien quiere escribir tiene que leer de todo, no solamente literatura

Angélica Gorodischer

Claro que ella se dedicó a pintar otros mundos, el del Imperio Más Vasto que Nunca Existió, en Kalpa Imperial, por ejemplo, o algunos otros más. Su escritura fantástica resultó en su momento tan atractiva que fue traducida por la misma Ursula Le Guin, santa patrona del género. Hoy los textos de Gorodischer siguen estando en el candelero y se encuentra a la altura de Margaret Atwood: si no la hemos visto en una serie (pero sí en la película de 2007 de María Victoria Menis, La cámara oscura, basada en un cuento de Gorodischer), es porque los productores andan endeudados o distraídos.

El acto de homenaje consistió en una entrevista realizada por Lisandro Murray, joven escritor de la ciudad, y la escritora Patricia Suárez. “Yo decidí que lo único que quería en la vida era escribir”, comenzó diciendo Angélica Gorodischer y se despachó con un discurso fresco y desacartonado, propio ella, que produjo un silencio sacramental entre el público. A su manera, fue una clase sobre escritura y oficio de escritor.

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El idioma de la ciencia es un idioma poético. Si alguien quiere ser poeta, tiene que leer ciencia

Angélica Gorodischer

«Yo escribo narrativa porque tengo que contar cosas que pasan; pero ustedes escriban lo que se les dé la gana. Un soneto. Yo, cuento: miro a mi alrededor y cuentos hay en todas partes. En la lamparita de allí, hay un cuento, y en la puerta aquella hay otro cuento. Y por supuesto que te va a salir mal al principio, y si aprendés a patinar en rollers también la primera vez que te subas te vas a caer de traste. Con la escritura sucede igual: el primer cuento quizá sea un desastre, pero el segundo lo será menos. Llegará un momento en que dirán: ‘Ah, caramba, este cuento no me salió tan mal,’ Y resulta que ese cuento que escribiste cambiará el inmenso universo que no contenía a tu cuento hasta el día en que lo escribiste. Antes no existía y ahora existe, entonces, cambió al universo.”

Angélica Gorodischer se definió así misma como una lectora constante: “Escribís de otra manera cuando estás con un libro en la mano; a mí me van a encontrar con un libro en la mano siempre”, y a la pregunta de qué está leyendo en este momento, responde que el libro de Camille Flammarion Los mundos reales y los mundos imaginarios, porque “Si alguien quiere escribir tiene que leer de todo, no solamente literatura. La ciencia, por ejemplo, a los divulgadores científicos. El idioma de la ciencia es un idioma poético; las palabras, la construcción, la mirada. Si alguien quiere ser poeta, tiene que leer ciencia. Y si vos escribís, tenés que leer de todo. Ingeniería, medicina, astronomía, lo que venga, además de literatura. Si querés ser poeta, leéte todos los poemas del mundo, todas las novelas del mundo. Pero además, tenés que leer otras cosas: porque cada vez que leés otras cosas, mundos ajenos, el horizonte retrocede. Porque cuando no leés nada, el horizonte está en la punta de tu nariz, y cuando leés el horizonte se amplía.”

Festejo. Angélica Gorodischer, en 2015, premiada por Clarín y Ñ. /Germán García Adrasti

Festejo. Angélica Gorodischer, en 2015, premiada por Clarín y Ñ. /Germán García Adrasti

Como escritora y como mujer siempre estuvo comprometida en materia de feminismo, “todos mis personajes son mujeres”, dirá ella, mujeres que rompen el molde, hasta en la figura de la “tía” serán mujeres novedosas, ya que, según su propio relato biográfico, contó con doce durante su infancia, amorosas y especie de gorgonas a su vez. Pero además, dado que la revolución empieza por casa, hace dos décadas ella creó, con el auspicio de la Secretaría de Cultura de Rosario, unos Encuentros de Escritoras, adonde iba toda la población femenina que se dedicaba a las letras en este país, y mucha del exterior. Luego de las exposiciones, se nombraba a “Mujer honoraria” a un hombre cuyo pensamiento y hacer fuera feminista y, por supuesto, no pudo menos que serlo en una ocasión, Sujer Gorodischer, su amor y compañero de toda la vida. Muchas veces, también, detrás de una gran mujer hay un gran hombre.

“Yo creo que fui feminista desde que nací, pero no me dí cuenta entonces. Y además era feminista porque otra cosa no podía ser. La consideración general, el libreto opositor de aquellos tiempos, no cambió. Me decían: ‘Ah, vos sos feminista y seguro debés odiar a los hombres’. Y yo contestaba: ‘No, querida, no es eso. A mí los hombres me gustan muchísimo, así que tranquilizate’. Soy feminista no por si me gustan o no me gustan o quién me gusta; lo soy porque pienso, porque miro a mi alrededor y pienso. Como ese ‘amanece, que no es poco’, yo pienso, que no es poco. Y salí a la palestra por todas mis congéneres, quienes aceptaron con mucho gusto que yo saliera a la palestra. Desde ese entonces estoy trabajando en eso bien, mal, más o menos oficialmente y más o menos de costado. Siempre.” ¿Cómo lo hizo?, ¿cómo realiza su tarea?: la fórmula se atiene a una sola respuesta: escribiendo.

“Los personajes femeninos del siglo XIX terminan siempre suicidadas o borrachas tiradas en la calle o destruidas con vidas terribles; siempre tienen finales siniestros”, cuenta, “Por eso yo quise escribir sobre mujeres que logran sus metas. No las grandes metas, no voy a hablar de Marie Curie; sino de muchas mujeres que conseguían lo que querían sin hacer una revolución ni matar a nadie ni tirar abajo sus casas o abandonar sus hijos o renunciar a todo lo que tenían. Sino que lo llevaban adelante como puede hacerlo un hombre: exactamente de la misma manera. Esto que escribo es lo que se llama feminismo”. Y sigue, porque está publicar un libro de cuentos y acaba de empezar la escritura de una novela: “Mi editora, a la que amo, me dice: ‘No me mandes tanto material’; pero yo se lo mando igual, ¿qué otra cosa voy a hacer?”

Nota Original

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