Que lo que verdaderamente cuenta es la unidad de efecto; que debe mostrar tan solo una pequeña parte de la historia como la punta de un iceberg; que debería ser como algo visto al pasar, por el rabillo del ojo; que no gana por puntos como la novela sino por nocaut; que siempre cuenta dos historias y la secreta es la clave de su forma… No debe haber género literario más pródigo en preceptiva que el cuento, ni forma más dada a cristalizarse, congelada de tanto en tanto en una variante apenas remozada de una versión anterior. Y aunque no son pocos los nuevos cuentistas que se contentan con renovar la materia sin alterar los viejos moldes -la unidad de efecto, la punta del iceberg, las dos historias-, los hay también más audaces, dispuestos a transfigurar las formas conocidas o sencillamente reinventarlas. El rosarino Patricio Pron, por ejemplo, que lleva ya varios libros de cuentos desairando decálogos y convenciones, empezando por las clásicas fórmulas de los títulos que en sus libros se desbordan en frases larguísimas, como se desborda casi todo, insuflado por el aliento impetuoso de la imaginación que avanza.
En «Lo que está y no se usa nos fulminará», su deslumbrante última colección de cuentos, la frase del título es de Spinetta (y hay muchas otras citas y ecos) pero el despliegue variadísimo de recursos, historias, paisajes y tonos es inconfundiblemente suyo. Ya el primer cuento del libro, ‘Salon de refusés’, una historia arborescente de escritores y lectores, desnuda el vértigo de la imaginación en marcha, eligiendo a cada paso un alternativa posible para el relato («No es eso lo que sucede, en realidad…»), reemplazándola en seguida por otra («No, no es cierto…») y luego por otra y otra, como en una de esas cronofotografías de Muybridge, que radiografían el movimiento cuadro a cuadro.
También en uno de los últimos, «Este es el futuro que tanto temías», la sátira filosa sobre las veleidades del mundo literario se divide en Introducción, Nudo y Desenlace indicados entre irónicos paréntesis, como una irrisión final de las fórmulas vencidas del cuento. Cada relato, en realidad, sorprende al lector con un nuevo dispositivo narrativo, aunque más que originalidad o alarde de destreza técnica, Pron parece buscar un doble abstracto de la historia, que extrañe la mirada sobre lo que se cuenta. Un cuestionario de migraciones de los Estados Unidos en «Oh, invierno, sé benigno» es el disparador de la dramática historia de un militante de la República Democrática Alemana repartida en la respuestas, una vida arremolinada por los vendavales de la Historia que hace estallar los límites del formulario, como estalla el muro de Berlín en el final del cuento.
Tampoco la rocambolesca historia sentimental que se cuenta en «Notas para un perfil de Tinder» podría caber en un perfil de Tinder, otra ironía, esta vez sobre los convencionalismos de lo que se escribe y se trama en las redes, refractarios a los complejos, inesperados y a veces absurdos reveses de las relaciones amorosas. La historia de un ignoto músico norteamericano empeñado en mejorar una grabación de Bob Dylan, a su vez, una «nota al pie de página» en la gran historia de Dylan según el hijo que narra el cuento («He’s not Selling Any Alibis»), se cuenta convenientemente en un texto sin cuerpo central, apenas una sucesión de notas al pie ancladas en dos epígrafes.
Bien mirado, todo el libro es una colección de nuevos comienzos y segundas oportunidades, recreados como puede hacerlo la literatura, con la lógica de las imágenes mentales o los sueños.”
Pero la variedad no es solo de formas y recursos, sino de lugares, tiempos y tonos. Pron puede tramar relatos con la misma familiaridad y soltura en la República Democrática Alemana, en España, los Estados Unidos, Brasil, México o en su ciudad de origen, Rosario, ya sea en los tiempos del muro, en los oscuros 70 de la dictadura militar argentina o en el más rabioso presente madrileño. Y puede saltar del sarcasmo y la comicidad de «La bondad de los extraños», retrato de un poeta chileno que se atrinchera borracho en un hotel alemán, o las desopilantes ocurrencias de un escritor («llamémoslo Patricio Pron») que contrata dobles para lidiar con las arideces de la vida pública, al desgarrador recuento de «Un divorcio de 1974», sinécdoque y relectura crítica de la militancia armada de la izquierda peronista y uno de los mejores relatos que se han escrito sobre la dictadura argentina. A veces el tono puede enrarecerse incluso en un mismo cuento, como en el muy inquietante «Uno de esos padres», en el que una pareja prueba sin éxito todo tipo de recetas para tener un hijo: el aire de comedia se va tiñendo imperceptiblemente con un tinte siniestro hasta volverse asfixiante como en una versión siglo XXI del «El almohadón de plumas» de Quiroga y «Casa tomada» de Cortázar.
Una melancolía vaga impregna en cambio «La repetición», uno de los relatos de más largo aliento y uno de los más inspirados. Un viejo profesor brasileño afincado desde joven en los Estados Unidos vuelve a su país invitado a un congreso, pero se desvía en un impulso a Florianópolis, con la idea loca de reconstruir una escena de juventud que guarda congelada en una foto. Alquila el galpón de aquella fiesta, elige escrupulosamente las guirnaldas según el recuerdo del tacto y los vinilos que tocaban aquella noche, encarga un traje como el que usaba entonces, compra sillas, mesa y mantel de hule idénticos, monta todo tal como lo recuerda y espera atento.
Recreación, reconstrucción, remake, performance, el repentino «proyecto» que revitaliza al profesor empeñado en dar vida nueva al recuerdo y materializarlo hasta en los más mínimos detalles evoca los «reenactments» del arte contemporáneo y ofrece una clave para el libro completo. «Paulo ha pensado mucho en el tema», se lee en el cuento, «y cree que la palabra clave en ese razonamiento es ‘recreación’; es decir, una cierta forma de repetición con distancia crítica, que es la forma también en que opera el arte en su relación con la realidad. ¿Acaso su proyecto es ‘artístico’?».
La pregunta vale también para Pron. No solo porque en sus últimos libros el diálogo con el arte ha vivificado los moldes gastados del relato, sino porque la «repetición» ha cobrado una valencia nueva en el arte de hoy (el argumento es de Hal Foster), ya no como simulación ni como vuelta a un pasado traumático, sino como una interrupción, un intervalo, un artificio para volver lo real más real. Basta pensar en las recreaciones del francés Pierre Huyghe, y antes en los videos de Farocki, los proyectos reconstructivos del colectivo Forensis Architecture e incluso en la novela «Residuos» («Remainder») del inglés Tom McCarthy, que seguramente está entre las lecturas de Pron. La repetición, en cualquier caso, impone una doble mediación en la literatura, forzada a recrearlo todo con palabras (de ahí quizás la melancolía vaga), pero hacia el final del cuento alienta una módica esperanza: «La repetición de las cosas es imposible, piensa, pero la acumulación de la mayor parte de ellas ofrece algo parecido a un nuevo comienzo, a una segunda oportunidad, se dice, aunque esa oportunidad siga la lógica de las imágenes mentales o los sueños».
Bien mirado, todo el libro es una colección de nuevos comienzos y segundas oportunidades, recreados como puede hacerlo la literatura, con la lógica de las imágenes mentales o los sueños. Por momentos, de hecho, pareciera que Pron escribe en trance, entregado al surtidor de la imaginación y al remix de lo leído, montado en la maquinaria del relato o la ola de la frase. Ha escrito quizás su mejor libro y unos de los más desbordantes de la narrativa en español contemporánea.