He quedado en silencio, con asombro y mudéz.
Decidió irse este hombre heroico, frontal y lleno de pasión. Al escucharlo hablar en la pantalla se sentía que la cocina había sido un alto en su vida para propulsarlo a ser un combatiente intelectual. Su carrera posterior de escritor y periodista lo convirtió en un pensador; leído e ilustrado, extendía sus ideas hasta el límite de la irreverencia.
En su primer libro dio detalles de sus años tóxicos de cocinas en una ciudad que siempre fue emblema del comer: Nueva York. De la alcurnia del gusto del hot dog callejero. Calle o palacio; esculpido siempre con un dólar verde. Porque en esa ciudad un dólar es un dólar.
Poco prevalece en NYC, ella no espera a nadie. Allí el desenfado siempre vivió codo a codo con la elegancia, con el establishment de almuerzos de negocios donde príncipes del comercio y el arte cada mediodía compran y venden con el sutil garbo de la astucia.
Bourdain
NYC siempre fue su casa y desde lejos al verlo pasar una y otra vez por la pantalla fue un símbolo moderno y cosmopolita de esta urbe cubierta de democracia gastronómica donde se vale igual respeto al sencillo que al suntuario.
Y para esa viva ciudad, el siempre será su símbolo y embajador, su mas ferviente crítico. Un Robin Hood del paladar que en lugar de robar a los ricos para los pobres siempre confrontó los artilugios que hacen de nuestro oficio una escalera hacia una fama con botines de tacos para pisar disidencias.
Llegó a una calma que nadie cosechó.
Bourdain siempre eligió el desenfado, la confrontación esbelta, casi de corbata, aunque vistiera tatuajes, remeras o sus ropas de artes marciales.
En dos ocasiones filmé con él, siempre me pareció un hombre , cuando hablaba tenía que procesar sus pensamientos para silenciar un poco la fuerza con la que sus ideas le fluían. Al grabar, si su voz se paraba por un momento para pensar había que agarrarse de la silla. Augusto, agudo, ágil y desvergonzado.
Anthony Bourdain, con Los Pericos
Bourdain deja para la historia un molde único.